viernes, 16 de octubre de 2009

Diario de viaje de un tal Elani A'dale II

Ese día Will y yo partimos en una caravana con destino a la gran ciudad del Este, para iniciarnos como escuderos y entrenar para llegar a ser caballeros de la guardia del León, pues sus padres y mi madre juzgaban que ya era tiempo de convertirnos en hombres de bien.

De forma inesperada Elani A'dale y Willford Scarlet se embarcaban en su primera aventura.


M
ientras escribo llevo lentamente mi mano a la espada que cuelga a mi derecha y pienso en todas las veces que me ha salvado el pellejo. "Starseeker" para mi, a quien salva, "Filofugaz" para el puebo a quien ayuda y "Empalatrasgos" para los trasgos que bueno, más despanzurra que empala. Tristemente me doy cuenta que mi espada, además de mi único vínculo con mi pasado (sea esto bueno o malo es algo que aún no decido del todo) es una de mis únicas amigas...

En el horizonte el alba inminente tiñe de tonos aureos el azul oscuro de la noche que cede lentamente. Corellon se refugia en las sombras del firmamento mientras el Padre Sol comienza como ha hecho eternamente su peregrinaje por la bóveda celeste. Es tiempo de ponerse en marcha nuevamente.

Diario de viaje de un tal Elani A'dale. Parte Primera.



El sol no asoma aún tras las montañas y el frío cala los huesos.

Han de faltar poco más de dos horas para el alba, tiempo suficiente para poner en orden la primera parte de mi relato antes de que haya de ponerme en movimiento nuevamente. El camino al Cruce ha sido arduo y nuestros cuerpos evidencian la fatiga de más de una semana de viaje; más allá de la fogata, mi única compañera de travesías, mi grifo Aurala parece asentir.

Mi nombre es Elani A'dale. Me llaman "Filofugaz", y he viajado por este valle desde hace ya diez años. Hace ya mucho tiempo que abandoné la práctica de llevar un diario de viaje, mas el camino es largo y solitario, y la pluma buena compañera cuando sientes que tu futuro está a las puertas de un cambio radical.

Lo admito, hasta hace no muco tiempo no era yo más que una sanguijuela, un briboncete viviendo a costa del resto del mundo y escondiendome de el. No me arrepiento, pues hacía lo necesario para sobrevivir, mas ahora tengo medios (¡y propósitos!) más nobles, tanto para vivir como para pagarle a la sociedad lo que tomé de ella.

Para entender como llegamos a este punto, sin embargo, es necesario hacer memoria y repasar la historia desde sus inicios.

Según lo que se, nací en el pueblo del Cruce hace veintisiete años. Mi madre era una pobre pero honesta lavandera que hacía todo lo posible para cuidar de mí por si misma, pues a mi padre jamás conocí en vida. Todo lo que se de él es que era un arquero que vino de las marismas del norte y vivió con mi madre menos de un año.

Diez años viví en el Cruce y de aquel lugar guardo, aunque pocos, muy gratos recuerdos. De las carreras por las orillas del río con Will el hijo del molinero, de tantas mañanas de dormir en el templo arrullados por los sermones del Padre Sol que el viejo sacerdote repetía cada día, y de la infinidad de veces que vencí a los otros niños en duelos de esgrima con varas de sauce, pero hay un recuerdo que por sobre todos los otros pasea por mi memoria una y otra vez y que corresponde a las últimas horas de mi décimo cumpleaños.

Era día de feria, por lo que había más actividad que en otras ocasiones. Recuerdo llegar a casa corriendo del viejo Sertieren que nos descubrío en su patio robando manzanas y correteó a escobazos practicamente hasta la puerta de mi propio hogar. Will le temía muchísimo, pues siempre decía que era un brujo loco. Era viejo y se veía loco, así que yo me contentaba con coincidir en dos de tres.

Cruzamos la puerta de casa que estaba entreabierta y corrimos a la mesa para escondernos bajo ella. Ahí fue cuando la vimos. Ambos abrimos los ojos de par en par y el miedo que teníamos se convirtió en asombro.

Brillaba plateada sobre la mesa, cual espejo reflejando pura la luz que entraba por la única ventana de la habitación y por los múltiples agujeros del techo de paja.
Letras extrañas extrañas adornaban una de sus caras. Con el poco élfico que había aprendido de un viejo libro había hallado una vez en un viejo baúl de mi madre leí lentamente: "¿S-A-A-R S-T-I-C-K-E-R?"

-"Starseeker"- Se oyó la voz de mi madre tras de mí. -"La espada de tu padre, y tu regalo de cumpleaños"- dijo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

-"De cumpleaños y también de despedida".